domingo, 10 de abril de 2016

DINÁMICA INDUSTRIAL DE LA POBLACIÓN

Indicadores de desarrollo en América latina.

En el entorno de la globalización, la competitividad de los países viene sustentándose en nuevas ventajas competitivas, ya no necesariamente vinculadas a las ventajas naturales de cada país, sino a una mayor incorporación de conocimiento y tecnología, tanto en el proceso de producción como en el desarrollo de los mismos productos. El concepto de competitividad ha cobrado en los últimos años un nuevo alcance y relevancia, se caracteriza por presentar elementos distintivos que determinan la capacidad productiva de las economías para ingre­sar con éxito a los mercados internacionales, ampliar la participación y mantenerla e incrementarla con el tiempo.

Hasta hace poco, por ejemplo, la producción a escala y la productividad eran básicamen­te los únicos elementos primordiales; en un entorno de globalización, la calidad, la flexibili­dad, la diferenciación, la adaptación al cliente y la oportunidad en la entrega de los bienes cobran creciente importancia. Otra expresión de la evolución de la competitividad se relaciona con los cambios que se vienen presentando en la propia unidad productiva: antes las firmas grandes o pequeñas actuaban como unidades cerradas compitiendo aisladamente. En el nuevo entorno se observa cada vez una mayor tendencia a la competencia sistemática y estructural. La competitividad estructural es el resultado de la interacción de diversos factores en niveles interrelacionados, desde la empresa individual hasta el entorno regional (Porter, 1990), complejizándose al trascender la sustentada exclusivamente en precios para abordar otras for­mas como la diferenciación en la oferta y segmentación de nichos de mercado.
En los países de América Latina, dado el retroceso que vienen experimentando en los últimos años frente a países como los del sudeste asiático, se plantea con urgencia el examen de los factores que explican la reciente brecha en los niveles de desarrollo. Más allá del asunto de la distribución del ingreso, se requiere avanzar complementariamente en el análisis del proceso de generación de ingresos y particularmente de los factores decisivos para elevar la capacidad del aparato productivo y generar una mayor riqueza. Al examinar las condiciones de América Latina frente alas de países del sudeste asiático para enfrentar nuevas orientaciones de desarrollo en un entorno de globalización, conviene estudiar los obstáculos intangibles heredados de la racionalidad del modelo de sustitución de  importaciones, MSI, la evolución de los procesos de desarrollo que dieron cabida a la actual base indus­trial que diferencia a estas economías.
El papel de la industria como motor de desarrollo económico ha sido ampliamente debatido. Desde la década de los treinta comenzaron a ser adoptados en los países de América Latina elementos proteccionistas en defensa de la industria naciente, en la búsqueda de reducir la dependencia de los países de mayor desarrollo, fomentar la configuración de un mercado interno y expandir la base productiva que aún reposaba sobre un reducido sector agroexportador. A partir del período de la posguerra, se decidió la adopción del modelo de sustitución de importaciones en América Latina, con el propósito de avanzar en la profundización y diversificación de la base industrial y así sostener e incrementar los niveles de vida de una población creciente. La estrategia de desarrollo del M SI se basó en la protección del mer­cado doméstico de la competencia de los países industrializados como medio para desarrollar la capacidad de producir internamente bienes que previamente eran importados.
Entre los supuestos generales que sirvieron al desarrollo de esta estrategia se tenían que la demanda mundial para bienes que sustentaban la base exportable de los países en desarrollo crecía muy lentamente, que los países en vías de industrialización presentaban desventajas frente a los países industrial izados en sus capacidades productivas y tecnológicas, por lo que resultaba necesario cambiar las fuentes de desarrollo hacia una base industrial doméstica cuya productividad potencial fuera mayor que en los sectores tradicionales.
En términos generales, el M SI se sustentó en una protección a la industria doméstica, concebida como el principal mecanismo para el fomento de las actividades manufactureras de sustitución y el cual debería adoptarse de una manera gradual, a través de etapas sucesivas, incentivándose en primer lugar una industria liviana y progresivamente ir desarrollando industrias de mayor generación de valor agregado y mayor complejidad tecnológica, hasta finalmente alcanzar la producción de bienes de capital. Asimismo, aunque con escasa importancia relativa frente a la política de protección, la mayoría de países latinoamericanos acompañaron al M SI con otras políticas, entre las cuales prevalecieron el otorgamiento de créditos de fomento industrial, la creación de sistemas nacionales de capacitación y la adopción de incentivos para el fomento de las exportaciones.
Hasta principios de la década de los setenta, el dinamismo de la industria manufacturera permitía creer en el éxito del M SI. Para un conjunto de países era notable el desarrollo de ramas industriales de bienes intermedios y algunas pocas de bienes de capital, así como una reducción considerable de la participación de sectores de menor valor agregado como de bienes de consumo no duradero. Sin embargo, ya a mediados de la década y luego con la crisis de la deuda externa de América Latina ( 1982), estos países redujeron significativamente su ritmo de crecimiento y la dinámica de su productividad y modernización, ala vez que se debilitaba su patrón de especialización y diversificación de la estructura industrial. Este fenómeno es cono­cido como agotamiento de las primeras etapas del proceso de sustitución de importaciones.
Ya durante la década de los setenta, la marcada distorsión que generaban las excesivas políticas proteccionistas era identificada como un factor adverso para el desarrollo en cuatro aspectos diferentes: discriminación en contra de las exportaciones -denominado como sesgo antiexportador-, asignación de recursos sin atender debidamente criterios de eficiencia, ba­jos niveles de ahorro y de inversión domésticos y una creciente desigualdad del ingreso (Edwards, 1994). La insuficiencia del sector exportador en la generación de divisas, así como la muy baja tasa de ahorro doméstico, hicieron recurrente el endeudamiento externo.
El MSI, aplicado como estrategia de desarrollo predominante en América Latina desde los años cincuenta hasta los ochenta, fue mucho más que una política gubernamental. De modo gradual se fueron incorporando al modelo un conjunto perfectamente coherente de conductas, preceptos y prácticas en el ámbito de los diferentes agentes económicos -empresas, trabajadores, gobiernos-, así como de políticas y organizaciones que se reforzaban mutuamente. Al contrario de lo que sostienen muchos autores, la versión latinoamericana de la estrategia sustitutiva tuvo éxito durante sus primeras etapas, con el desarrollo de una considerable planta productiva industrial, de redes de infraestructura, de capacidades gerenciales y con la calificación de mano de obra (Pérez, 1996).
Si bien se alcanzó a crear una institucionalidad propicia para el funcionamiento del M SI, con el paso del tiempo se fue agudizando nocivamente la cultura de búsqueda de rentas y privilegios, llevándola a una progresiva pérdida de funcionalidad para la profundización del propio modelo de desarrollo hacia adentro.
No sólo los países latinoamericanos habían adoptado modelos de desarrollo hacia adentro, sino que también varios de los países del Este asiático consolidaron el desarrollo de sus econo­mías con base en la protección de industrias nacientes después de la segunda guerra mundial. Sin embargo, contrario al caso latinoamericano, aún durante la década de los ochenta estos países continuaron creciendo aceleradamente, diversificando su base productiva hacia sectores de bienes de capital y de mayor contenido tecnológico. En diferentes posiciones teóricas varios factores han sido comúnmente aceptados como fortalecedores del buen desempeño de estas economías durante tal período. Los más mencionados son los elevados niveles de inversión en educación y capacitación del recurso humano, no sólo en el campo técnico sino en su cobertura universal, énfasis en actividades de desarrollo e innovación tecnológica e investigación, elevadas tasas domésticas, tanto de ahorro como de inversión, una importante orientación de la producción doméstica al mercado internacional, una moderada inequidad en la distribución del ingreso y una apreciable estabilidad macroeconómica.
Sin embargo, existen posiciones ideológicas confrontadas que atribuyen el llamado milagro asiático a factores diversos. De una parte, está la posición neoliberal, adoptada por el Banco Mundial, según la cual el único factor determinante para explicar las divergencias en el crecimiento del producto per cápita de los países es la diferencia en el grado de exposición externa. Mientras más abierta sea una economía, mayor el nivel de competencia doméstica y más elevada la inversión en educación, (-eteris paribus, mayores serán el crecimiento de la productividad total de los factores y, por ende, el crecimiento económico. Con respecto a la experiencia de las economías asiáticas, el BM niega que haya sido una cierta clase de política industrial selectiva uno de los principales factores favorecedores del acelerado crecimiento de los países y, por el contrario, realza el decisivo papel que tuvieron la orientación exportadora, la libre entrada de firmas y la eliminación de trabas en algunos mercados.
Stiglitz ( 1996) señala algunos factores comunes que caracterizaron el proceso de desarrollo de los países asiáticos bajo una política de intervención estatal que no pretendía reemplazar el mercado -market friendly approach-: combinación de políticas industrial, de competencia y cooperación; crecimiento con equidad, orientado hacia afuera, e impulsado por las exportaciones, y desarrollo de capacidades tecnológicas.
De otra parte, estructuralistas como Felix (1994), Kwon (1994), Singh (1995), Lall (1995 ), entre otros, apoyan desde esa perspectiva teórica y empírica la validez de la intervención estatal mediante políticas industriales selectivas en la reasignación de recursos como necesarias para el desarrollo industrial y para un crecimiento económico más acelerado. Lall ofrece un recorrido extenso en el que evidencia que sólo en el caso de Hong Kong puede aducirse la aplicación de una política de laissez faire, mientras que en los demás países, particularmente japón, Corea y Taiwán, la intervención estratégica del gobierno, no sólo en la asignación de recursos en sectores específicos sino también en su gestión en los mercados como el de capitales y el de trabajo, y en el fortalecimiento de las redes de innovación y desarrollo tecnológico, fueron factores que habrían propiciado, al menos par­cialmente, el crecimiento de la productividad total factorial en estas economías.
Singh ofrece diversos argumentos que contradicen la supuesta apertura externa y el alto grado de competencia de las economías asiáticas. Con respecto al sector externo menciona características como la aplicación selectiva de subsidios a las exportaciones, la protección arancelaria, la orientación de las exportaciones hacia mercados externos específicos según las necesidades de cada país. En lo que respecta al grado de competencia doméstica, trae a luz la complacencia de los gobiernos en la creación de grandes conglomerados, la selectividad para el acceso al crédito y la discrecionalidad en el tipo de inversión extranjera aceptada en estos países.
De esta manera, no obstante haber adoptado modelos de desarrollo que partían de los mismos principios básicos que los países latinoamericanos, las economías asiáticas reunieron muchos más elementos dentro de su estrategia de desarrollo que les permitieron continuar, aún en los años ochenta, en un sendero de crecimiento de largo plazo. En relación con el fracaso del modelo intervencionista de sustitución de importaciones en América Latina, varios autores apuntan a que el proteccionismo general y no selectivo derivó en marcadas distorsiones del mercado interno. No fue usual establecer metas y compromisos de exportación y de ganancias en productividad, lo cual unido a la casi perpetuidad de la protección generó actitudes de emperezamiento en el empresariado, con el usufructo de rentas excesivas --rent seeking- y con muy escaso estímulo a incurrir en una mayor asimilación y profundización tecnológica.
En Colombia también se inició el debate sobre la necesidad de adoptar un nuevo modelo de desarrollo que permitiera afianzar el crecimiento económico a largo plazo. Los modestos resultados de la economía colombiana en la década de los ochenta, el agotamiento parcial del modelo de sustitución de importaciones, la adopción de modelos de liberalización en otros países de la región y las presiones externas, en especial por parte de organismos multilaterales para reducir la protección al mercado doméstico, contribuyeron al consenso en torno a la necesidad de adoptar un modelo de apertura e internacionalización de la economía.
En esta parte se busca hacer un recorrido de la evolución y desempeño de la industria manufacturera colombiana, su grado de especialización, y su estructura y sus debilidades frente a las nuevas exigencias de competitividad en un escenario de internacionalización. Bajo diversas aproximaciones se intentan distinguir los factores que quizás han evitado alcanzar un crecimiento sostenido a largo plazo de la actividad industrial.