martes, 23 de febrero de 2016

LAS COLONIZACIONES Y SUS REPERCUSIONES EN EL USO DEL SUELO, LA VIOLENCIA

La expansión de una sociedad sobre un espacio como resultado de su crecimiento demográfico y de la ampliación de sus demandas de recursos, puede implicar procesos de conflicto con otras sociedades ya establecidas en tal espacio y, consecuentemente, el desarrollo de procesos militares o políticas que expresan las nuevas relaciones territoriales. Esta dinámica es una de las múltiples posibilidades de desarrollo de las sociedades; en efecto, una vía evolutiva de una determinada sociedad puede ser su propia diversificación productiva, pero otra, su especialización o también, lo más común, una combinación de distintos grados de especialización y diversificación, con las peculiaridades que ello puede implicar en su organización interna, en sus instituciones políticas y en sus representaciones culturales.
De acuerdo con esa propia dinámica interna y con las características físicas, ecológicas, culturales, etc., de su entorno, la proyección en el tiempo de una determinada sociedad lleva, necesariamente, a su expansión sobre el espacio y al establecimiento de variados tipos de relaciones con las sociedades circundantes. Este proceso conduce, entonces, a la definición de las fronteras, las cuales resultan de la propia configuración de los asentamientos humanos, de los límites de su capacidad de control de un territorio, en términos técnicos, culturales y militares y de las capacidades de las sociedades vecinas para controlar sus propios territorios.
A esto dice Lattimore: "Una frontera se crea cuando una comunidad ocupa un territorio. A partir de allí, la frontera se conforma y modifica de acuerdo con la actividad y el crecimiento de la comunidad o por el impacto causado sobre ella por otra comunidad". De esta propuesta sintética se destacan dos elementos para ser desarrollados en torno al tema de las fronteras como núcleo de este ensayo y de la problemática que enlaza a los demás trabajos de este libro: la connotación de construcción histórico-social y las relaciones que se establecen entre las comunidades que eventualmente compiten por un espacio. Este mismo autor destaca, en consonancia con la primera observación, el carácter móvil de las fronteras, su modificabilidad a través del tiempo y como resultado de las trasformaciones ocurridas en las propias sociedades. A este respecto, Lattimore señala cómo un determinado accidente geográfico puede ser calificado como frontera por una comunidad: un borde montañoso, apreciado como inexpugnable. Sin embargo, esta percepción posiblemente se modifica con el paso del tiempo y el desarrollo tecnológico, con lo cual el significado de dicho accidente se altera totalmente; igual puede ocurrir con cualquiera otra "frontera natural" (un río, un lago, una extensión desértica) la cual es apreciada como "insuperable" en virtud de los alcances tecnológicos de esa sociedad en un momento determinado de su desarrollo histórico; sin embargo, transformaciones posteriores de su acervo técnico (medios de transporte, etc.) modifican esta percepción y por tanto su significado como "barrera".
El carácter histórico-social de las fronteras, el estar supeditadas a los procesos de desarrollo de las sociedades que se encuadran dentro de ellas, imprime otro rasgo digno de tenerse en cuenta: las fronteras, más que un corte tajante entre espacios "propios" de determinadas comunidades, constituyen ámbitos de transición en los cuales se hacen sentir las influencias de las comunidades distribuidas a uno y otro lado de tales fronteras. Patricia Vargas, en su estudio sobre las comunidades Embera y Cuna enfrenta la temática de la territorialidad como eje de sus análisis y privilegia el tratamiento de las fronteras, para las cuales propone una definición en el sentido planteado anteriormente: "la frontera la entiendo como la transición entre dos o más territorialidades. Esto es, territorios donde predominan formas culturales de una sociedad específica, se dan avanzadas de otra sociedad en formas tales como la militar, la misional, de economía extractiva, la comercial, la minera, la agrícola, etc.".
De esta manera se afianza la apreciación de las fronteras, no como un "simple" límite físico, sino como una construcción social. En términos más amplios, la frontera forma parte del proceso de apropiación de un territorio por una sociedad dada, dentro del cual establece su identidad frente a sí mismo y a las sociedades vecinas y sus límites expresan la capacidad de apropiación de ese espacio. En virtud de la propia dinámica de cada sociedad, las fronteras pueden tener un carácter móvil; una sociedad en proceso expansivo tiende a ampliar su dominio sobre los territorios de otras sociedades con miras en el control de recursos estratégicos, a través de medios militares, culturales, políticos, comerciales, etc.
La ocupación de las fronteras es, entonces, el proceso a través del cual una sociedad en expansión toma territorios de otras sociedades absorbiéndolas, destruyéndolas o desplazándolas, para entrar posteriormente a articular estos nuevos espacios a su engranaje económico, político y social.
La expansión territorial implica, para las sociedades que la asumen, la capacidad de acumular y dirigir recursos de distinta índole sobre los espacios disputados para afianzar su dominación en ellos; implica también, la capacidad de afianzar por distintos medios su control, suma que subraya, a su vez, la disponibilidad del aparato político, económico y militar representado por el Estado. Este aparato resume, entonces, la visión estratégico-espacial de los sectores de la sociedad interesados en su expansión, así como su capacidad de intervención sobre el territorio objeto de la expansión. De esta manera, en procesos de expansión territorial, se afirma la función del Estado como integrador del territorio; a dicha función se hará una referencia más detallada posteriormente.
Como lo testimonia un creciente número de trabajos, la colonización de las selvas y llanuras subtropicales y tropicales de América, tiende a convertirse en un área especializada de lo que podría llamarse las "sociologías de la colonización". En estos estudios, que muestran con profundidad cada vez mayor las especificidades de este proceso en nuestras latitudes, se plantean distintos temas, como son las tecnologías de uso de los recursos, los choques culturales (que han conducido, por ejemplo, a la liquidación de comunidades indígenas), las relaciones con el Estado, etc. En el caso colombiano tienden a configurarse ciertas peculiaridades que vale resaltar desde ahora: el ciclo migración-colonización-conflicto-"migración", que traslada a muchos de sus actores, inclusive, a través del tiempo y el espacio, como elementos constantes en el proceso de la colonización y que detrás de ellos lleva y reproduce las estructuras agrarias y las contradicciones propias de ellas, prácticamente a todos los rincones de la frontera agrícola. Una segunda particularidad que se va haciendo visible en esta historia, es la presencia de la organización de los colonos, fenómeno que contrasta con el individualismo que comúnmente se presenta en las sociedades de frontera.
Un aspecto que amerita mayor estudio y reflexión, es el referido a la configuración social de los espacios en la colonización. Por lo general, en nuestro caso, las apreciaciones sobre la ocupación del espacio en las fronteras reseñan la formación de núcleos pre-urbanos o urbanos, la estructuración de la tenencia y uso de la tierra, la aplicación o construcción de infraestructura, etc.; sin embargo, dichas apreciaciones carecen de "una visión de conjunto" sobre el espacio, sus articulaciones y sus dinámicas. Como se verá más adelante, la ocupación de ese "medio país" que enmarcan la Orinoquia y la Amazonia colombianas, configura, en forma gradual, la prospectiva de integración de un vasto espacio, con características ecológicas, económicas, sociales, políticas y culturales marcadamente disímiles de las que con anterioridad han estado presentes en la integración del país andino o del "país" de las sabanas y litorales caribeños.
Estos "nuevos" elementos lo son sólo en las proporciones en que intervienen en su mezcla. El "capitalismo rapaz" que hoy actúa en el narcotráfico y actividades asociadas, es nuevo sólo en sus alcances y dimensiones: las tradiciones del campesinado andino hunden sus raíces en las sociedades coloniales y postcoloniales del siglo xix, pintadas por Eugenio Díaz o Medardo Rivas, pero ahora se encuentran en nuevos espacios y disponen de mayores recursos. Pero hay también esos elementos novedosos que antes se señalaban: la organización político-gremial como factor de cultura colonizadora y, con ella, las proyecciones militares que plantean las experiencias guerrilleras. Esto es lo "viejo" y lo "nuevo" que entra a integrar a esta nueva Colombia de las selvas y de las llanuras orientales.
Se ha caracterizado como colonización al proceso de apertura de la frontera agrícola, a través de distintos tipos de trabajadores del campo. Las tierras que ha delimitado esta frontera han estado varias veces bajo títulos de uno u otro tipo (mercedes reales, concesiones, haciendas) que son finalmente impugnados, pero sin dejar de constituir un condicionante para el usufructo de las mismas.
La ocupación del territorio colombiano por parte de los conquistadores europeos se extendió, en lo fundamental, por los valles y cordilleras andinos y por la llanura del Caribe, buscando el acceso de los recursos minerales (oro y plata) a la mano de obra (y subsecuentemente a la tributación indígena). La ocupación se dirigió luego a las tierras que permitían la producción de los alimentos y otros bienes requeridos para los asentamientos, al igual que el control de la misma mano de obra.
Las características económicas, políticas y culturales de la Conquista definieron una rápida concentración de la propiedad territorial, afectando negativamente tanto a las comunidades indígenas como a las capas de mestizos y "blancos pobres", que comenzaban a configurar el campesinado.
Las diferentes regiones que hacia la terminación del período colonial (finales del Siglo xviii) componían el entonces territorio de la Nueva Granada, sirvieron de marco para la estructuración de sociedades diferenciadas, en las cuales, al parecer, el patrón común lo constituyó la concentración de la propiedad territorial, si bien con matices de ocurrencia local, según lo señala Marco Palacios en sus referencias a la propiedad agraria en Cundinamarca.
La densificación demográfica ocurrida en las regiones centrales del país a partir de la segunda mitad del Siglo xix, estimuló el desbordamiento de las fronteras agrícolas. Previamente, algunas zonas habían escenificado procesos puntuales de colonización, esto es, de asentamientos estables en el interior de medios selváticos para desarrollar economías de base agrícola, recolectora y cazadora, como lo fueron los "palenques", de esclavos cimarrones. No obstante, las colonizaciones de este tipo que se sostuvieron durante mayor tiempo, no trascendieron los límites microrregionales, restringiéndose a constituir un componente de la configuración étnica regional. A diferencia de estos últimos movimientos, las colonizaciones desarrolladas en las vertientes andinas entre finales del siglo xviii y comienzos del xx, trascendieron las esferas locales y proporcionaron productos para la articulación de Colombia con los mercados internacionales en diferentes coyunturas del período.
Tal vez el más conocido de estos procesos de colonización de vertientes ha sido el antioqueño, analizado en un principio por James Parsons y reevaluado más adelante por Alvaro López Toro. Independientemente de la ideologización elaborada sobre este fenómeno, centrada en una imagen democrática e igualitaria de un proceso que en realidad estuvo alejado de tales características, sus alcances sociales, económicos y espaciales le otorgan un lugar preponderante en la formación de la Colombia rural.
Estas características están cimentadas en las relaciones sociales desde las cuales se proyectó la colonización antioqueña. De tales relaciones sociales -generadas por una economía minera de explotaciones pequeñas e inestables, realizada por trabajadores Ubres-estaban completamente ausentes los vínculos propios de las sociedades hacendarias que primaron en otras regiones el país. De igual manera estaban ausentes otras formas de sujeción entre los mineros y comerciantes, como las que tuvieron ocurrencia, por ejemplo, en el Brasil. Una peculiaridad de la colonización antioqueña consistió en la vinculación temprana que ocurrió entre empresarios capitalistas de la región y los pioneros de la colonización. Esta vinculación, dado el poder de los pioneros y en virtud de su interés por valorizar las tierras que respaldaban los bonos de deuda pública que habían adquirido, se tradujo en la asignación de fondos para la construcción de infraestructura y la legalización de la tenencia de las tierras colonizadas en las primeras etapas de la ampliación de esta frontera. De tal manera, las primeras fases de esta colonización actuaron sobre tierras en concesión, (como ocurriera desde la providencia del oidor Mon y Velarde a finales del siglo xviii). En otros términos, era una colonización que contaba con la anuencia del Estado y de los empresarios locales, factor que facilitó la dinamización del proceso a través del apoyo con infraestructuras, que permitió una más rápida integración económica de la frontera. Los flujos posteriores de la colonización se proyectaron ya sobre tierras baldías: en este caso, sin embargo, las particularidades de la organización social y de la ideología de estos núcleos de colonos, enfáticamente colectivistas y organizados, dieron vía a una pronta articulación con la administración estatal.
El modelo inicial de la colonización antioqueña se modificó posteriormente dando paso a procesos de concentración de la propiedad. En estas condiciones los nuevos emigrados no pudieron constituir las pequeñas y medianas empresas agrícolas de la primera etapa y configuraron la base de una población dependiente. El papel de esta última en su carácter de asalariada dentro del proceso de acumulación que dio base a la industrialización del noroccidente colombiano, ha sido estudiado por Mariano Arango, quien, sin embargo, desestima las etapas de mayor equilibrio social y económico que sirvieron de sólido fundamento al posterior desarrollo ".
El proceso colonizador antioqueño, por su significado económico y social y por su prolongación temporal, que se extiende desde finales del siglo xviii y prácticamente hasta el presente, si se tiene en cuenta la incorporación de tierras en Urabá y el Magdalena Medio, ha opacado en alguna medida fenómenos similares ocurridos en otras regiones del país. Jorge Villegas, en sus estudios sobre la propiedad agraria en Colombia, enmarcó estas historias en el conjunto por él denominado "la colonización de vertiente" y en ella englobó tanto la expansión antioqueña como los procesos que tuvieron lugar en el centro y oriente del país, originados en contextos diferentes del primero.
Los testimonios sobre la colonización de occidente insisten en señalar la génesis de la misma en la pobreza de los suelos y la inestabilidad de la explotación de la minería del oro. En el oriente, particularmente en Santander, Jorge Villegas, con base en las cifras de población, considera los efectos de la crisis artesanal resultantes de la política librecambista asumida por los gobiernos nacionales, como factor desencadenante de la expansión sobre las tierras de vertiente en el oriente colombiano. A este respecto es importante considerar cómo determinadas condiciones externas se han constituido en factores de presión para los procesos de ampliación de la frontera agrícola del país con una recurrencia como la que hoy se advierte, cuando diversos frentes de colonización reflejan la impronta, tanto de la crisis de las economías occidentales y sus secuelas de deterioro en las estructuras productivas del Tercer Mundo -además del empobrecimiento de sectores sociales que buscan salidas en la aventura colonizadora- como el floreciente mercado de narcóticos.
Villegas, en sus estudios, explora, además de las etapas iniciales de la mencionada colonización, su extensión hacia el oriente (Manizales, Pereira y el norte del Tolima) y los procesos ocurridos en Cundinamarca, Boyacá y los Santanderes. La colonización del Viejo Caldas, tal como la revela el autor, con base en las evidencias documentales, definitivamente se aparta de la imagen idílica de la conquista democrática de la frontera. El proceso ya visto en sus desarrollos e implicaciones legales y jurídicas, estuvo desde sus inicios sacudido por conflictos sociales de distinta índole. En un principio, es evidente la diferenciación entre aquellos que disponían de recursos económicos para afrontar la colonización con recuas de muías, bastimentos y herramientas, etc., y aquellos que solamente contaban con su fuerza de trabajo y la de sus familiares, quienes eran frecuentemente contratados como taladores y para que más adelante se convirtiesen en arrendatarios de los poseedores de la tierra. Pero las mayores contradicciones se habrían de desarrollar, a lo largo de todo el siglo xix y a principios del presente, entre los colonos independientes y los favorecidos por concesiones ampliadas de manera fraudulenta, a medida que los peones abrían perspectivas a las selvas de vertiente.
Estos conflictos los ilustra el autor en torno a las concesiones de Villegas y Aranzazu, y a las sociedades de Gonzaléz Salazar y Burilá. Allí se aprecia cómo el esfuerzo de los concesionarios por extender sus dominios y aprovechar la valorización creada por el trabajo de los colonos, tropezó en forma continua con la resistencia de estos últimos, y cómo la retaliación de los acaparadores se dio entonces bajo la especie de amenazas, incendios de casas y destrucción de enseres, formas de violencia que habrían de repetirse un siglo más tarde en el marco de la crisis política y social que consumió al país por más de una década y en la cual la mayor parte de las víctimas fueron, igualmente, campesinos y colonos
La ampliación de la frontera agrícola en el centro-oriente y el oriente del país -esto es, Cundinamarca, Boyacá y los Santanderes-, la documenta Villegas únicamente con las memorias de Medardo Rivas y Manuel Ancizar. Este proceso ocurrió, según las referencias, dentro de las líneas trazadas por la política de asignación de baldíos que, en particular desde la desamortización de Bienes de Manos Muertas, afianzó y fortaleció la formación del latifundio. En esta modalidad, la población campesina que se desplazó de los antiguos resguardos indígenas y de otros núcleos humanos hacia la frontera agrícola, desmontó las tierras en los bordes de las haciendas, abriendo paso a la expansión de las mismas sobre los baldíos de la nación.
Marco Palacios examina este mismo proceso y reconstruye las etapas de la ocupación del territorio en las zonas aledañas a los altiplanos centro-andinos, considerando, en primer término, la significación de los viejos asentamientos campesinos de Boyacá, que se proyectan posteriormente hacia el occidente de Cundinamarca. De otro lado, resalta la importancia que desde mediados del siglo xix tomó esa sociedad aldeana en la ocupación de las tierras medias, dinamizando los mercados de capital y dejando sin piso la apreciación de Medardo Rivas, según la cual la conquista de estos territorios había sido obra de sus amigos, los "terratenientes de nuevo cuño".
El estudio de Palacios, sustentado en los censos de población de 1843, 1870 y 1912, así como en los estudios geográficos de Alfred Hettner, Agustín Codazzi, J. Holton y, primordialmente en el Catastro de Cundinamarca, pone en evidencia, además, la particular regionalización de la estratificación social de este arraigado asentamiento, mediante la cual se definían -con gran persistencia hasta el presente- nítidas subzonas de pequeña, de mediana y de gran propiedad. Esta red social proyectó "puntas" de colonización hacia tierras templadas y aún frías (Alto Sumapaz), algunas de las cuales fueron protagonistas de los conflictos que más adelante habrían de configurar los desarrollos centrales de este estudio; tal fue el caso de Sumapaz y el del Tequendama, zonas en las cuales se dieron dos tipos de conflictos: el no reconocimiento de la propiedad de las haciendas sobre los baldíos y la lucha por el derecho a la siembra de café: dificultades afrontadas organizadamente por los colonos y los campesinos.
En esta etapa de la historia de la colonización, correspondió también a otras dos zonas de la región central del país -el oriente y el sur del Tolima, una participación de especial relevancia por su significado en la posterior ocupación del pie de monte oriental y la llanura de la Orinoquia. A ellas se hará referencia más adelante.