La expansión de una sociedad
sobre un espacio como resultado de su crecimiento demográfico y de la
ampliación de sus demandas de recursos, puede implicar procesos de conflicto
con otras sociedades ya establecidas en tal espacio y, consecuentemente, el
desarrollo de procesos militares o políticas que expresan las nuevas relaciones
territoriales. Esta dinámica es una de las múltiples posibilidades de
desarrollo de las sociedades; en efecto, una vía evolutiva de una determinada
sociedad puede ser su propia diversificación productiva, pero otra, su
especialización o también, lo más común, una combinación de distintos grados de
especialización y diversificación, con las peculiaridades que ello puede
implicar en su organización interna, en sus instituciones políticas y en sus
representaciones culturales.
De acuerdo con esa propia
dinámica interna y con las características físicas, ecológicas, culturales,
etc., de su entorno, la proyección en el tiempo de una determinada sociedad
lleva, necesariamente, a su expansión sobre el espacio y al establecimiento de
variados tipos de relaciones con las sociedades circundantes. Este proceso
conduce, entonces, a la definición de las fronteras, las cuales
resultan de la propia configuración de los asentamientos humanos, de los
límites de su capacidad de control de un territorio, en términos técnicos,
culturales y militares y de las capacidades de las sociedades vecinas para
controlar sus propios territorios.
A esto dice Lattimore: "Una
frontera se crea cuando una comunidad ocupa un territorio. A partir de allí, la
frontera se conforma y modifica de acuerdo con la actividad y el crecimiento de
la comunidad o por el impacto causado sobre ella por otra comunidad". De
esta propuesta sintética se destacan dos elementos para ser desarrollados en
torno al tema de las fronteras como núcleo de este ensayo y de la problemática
que enlaza a los demás trabajos de este libro: la connotación de construcción
histórico-social y las relaciones que se establecen entre las comunidades que
eventualmente compiten por un espacio. Este mismo autor destaca, en consonancia
con la primera observación, el carácter móvil de las fronteras, su
modificabilidad a través del tiempo y como resultado de las trasformaciones
ocurridas en las propias sociedades. A este respecto, Lattimore señala cómo un
determinado accidente geográfico puede ser calificado como frontera por una
comunidad: un borde montañoso, apreciado como inexpugnable. Sin embargo, esta
percepción posiblemente se modifica con el paso del tiempo y el desarrollo
tecnológico, con lo cual el significado de dicho accidente se altera
totalmente; igual puede ocurrir con cualquiera otra "frontera
natural" (un río, un lago, una extensión desértica) la cual es apreciada
como "insuperable" en virtud de los alcances tecnológicos de esa
sociedad en un momento determinado de su desarrollo histórico; sin embargo,
transformaciones posteriores de su acervo técnico (medios de transporte, etc.)
modifican esta percepción y por tanto su significado como "barrera".
El carácter histórico-social de
las fronteras, el estar supeditadas a los procesos de desarrollo de las
sociedades que se encuadran dentro de ellas, imprime otro rasgo digno de
tenerse en cuenta: las fronteras, más que un corte tajante entre espacios
"propios" de determinadas comunidades, constituyen ámbitos de
transición en los cuales se hacen sentir las influencias de las
comunidades distribuidas a uno y otro lado de tales fronteras. Patricia Vargas,
en su estudio sobre las comunidades Embera y Cuna enfrenta la temática de la
territorialidad como eje de sus análisis y privilegia el tratamiento de las
fronteras, para las cuales propone una definición en el
sentido planteado anteriormente: "la frontera la entiendo como la
transición entre dos o más territorialidades. Esto es, territorios donde
predominan formas culturales de una sociedad específica, se dan avanzadas de
otra sociedad en formas tales como la militar, la misional, de economía extractiva,
la comercial, la minera, la agrícola, etc.".
De esta manera se afianza la
apreciación de las fronteras, no como un "simple" límite físico, sino
como una construcción social. En términos más amplios, la
frontera forma parte del proceso de apropiación de un territorio por una
sociedad dada, dentro del cual establece su identidad frente a sí mismo y a las
sociedades vecinas y sus límites expresan la capacidad de apropiación de ese
espacio. En virtud de la propia dinámica de cada sociedad, las fronteras pueden
tener un carácter móvil; una sociedad en proceso expansivo tiende a ampliar su
dominio sobre los territorios de otras sociedades con miras en el control de
recursos estratégicos, a través de medios militares, culturales, políticos,
comerciales, etc.
La ocupación de las fronteras es,
entonces, el proceso a través del cual una sociedad en expansión toma
territorios de otras sociedades absorbiéndolas, destruyéndolas o
desplazándolas, para entrar posteriormente a articular estos nuevos espacios a
su engranaje económico, político y social.
La expansión territorial implica,
para las sociedades que la asumen, la capacidad de acumular y dirigir recursos
de distinta índole sobre los espacios disputados para afianzar su dominación en
ellos; implica también, la capacidad de afianzar por distintos medios su
control, suma que subraya, a su vez, la disponibilidad del aparato político,
económico y militar representado por el Estado. Este aparato resume, entonces,
la visión estratégico-espacial de los sectores de la sociedad interesados en su
expansión, así como su capacidad de intervención sobre el territorio objeto de
la expansión. De esta manera, en procesos de expansión territorial, se afirma
la función del Estado como integrador del territorio; a dicha
función se hará una referencia más detallada posteriormente.
Como lo
testimonia un creciente número de trabajos, la colonización de las selvas y
llanuras subtropicales y tropicales de América, tiende a convertirse en un área
especializada de lo que podría llamarse las "sociologías de la
colonización". En estos estudios, que muestran con profundidad cada vez
mayor las especificidades de este proceso en nuestras latitudes, se plantean
distintos temas, como son las tecnologías de uso de los recursos, los choques
culturales (que han conducido, por ejemplo, a la liquidación de comunidades
indígenas), las relaciones con el Estado, etc. En el caso colombiano tienden a
configurarse ciertas peculiaridades que vale resaltar desde ahora: el ciclo
migración-colonización-conflicto-"migración", que traslada a muchos
de sus actores, inclusive, a través del tiempo y el espacio, como elementos
constantes en el proceso de la colonización y que detrás de ellos lleva y
reproduce las estructuras agrarias y las contradicciones propias de ellas,
prácticamente a todos los rincones de la frontera agrícola. Una segunda
particularidad que se va haciendo visible en esta historia, es la presencia de
la organización de los colonos, fenómeno que contrasta con el individualismo
que comúnmente se presenta en las sociedades de frontera.
Un aspecto que amerita mayor estudio y
reflexión, es el referido a la configuración social de los espacios en la
colonización. Por lo general, en nuestro caso, las apreciaciones sobre la
ocupación del espacio en las fronteras reseñan la formación de núcleos
pre-urbanos o urbanos, la estructuración de la tenencia y uso de la tierra, la
aplicación o construcción de infraestructura, etc.; sin embargo, dichas
apreciaciones carecen de "una visión de conjunto" sobre el espacio, sus
articulaciones y sus dinámicas. Como se verá más adelante, la ocupación de ese
"medio país" que enmarcan la Orinoquia y la Amazonia colombianas,
configura, en forma gradual, la prospectiva de integración de un vasto espacio,
con características ecológicas, económicas, sociales, políticas y culturales
marcadamente disímiles de las que con anterioridad han estado presentes en la
integración del país andino o del "país" de las sabanas y litorales
caribeños.
Estos "nuevos" elementos lo
son sólo en las proporciones en que intervienen en su mezcla. El
"capitalismo rapaz" que hoy actúa en el narcotráfico y actividades
asociadas, es nuevo sólo en sus alcances y dimensiones: las tradiciones del
campesinado andino hunden sus raíces en las sociedades coloniales y postcoloniales
del siglo xix, pintadas por Eugenio Díaz o Medardo Rivas, pero ahora
se encuentran en nuevos espacios y disponen de mayores recursos. Pero hay
también esos elementos novedosos que antes se señalaban: la organización
político-gremial como factor de cultura colonizadora y, con ella, las
proyecciones militares que plantean las experiencias guerrilleras. Esto es lo
"viejo" y lo "nuevo" que entra a integrar a esta nueva
Colombia de las selvas y de las llanuras orientales.
Se ha caracterizado como
colonización al proceso de apertura de la frontera agrícola, a través de
distintos tipos de trabajadores del campo. Las tierras que ha delimitado esta
frontera han estado varias veces bajo títulos de uno u otro tipo (mercedes
reales, concesiones, haciendas) que son finalmente impugnados, pero sin dejar
de constituir un condicionante para el usufructo de las mismas.
La ocupación del territorio
colombiano por parte de los conquistadores europeos se extendió, en lo
fundamental, por los valles y cordilleras andinos y por la llanura del Caribe,
buscando el acceso de los recursos minerales (oro y plata) a la mano de obra (y
subsecuentemente a la tributación indígena). La ocupación se dirigió luego a
las tierras que permitían la producción de los alimentos y otros bienes
requeridos para los asentamientos, al igual que el control de la misma mano de
obra.
Las características económicas,
políticas y culturales de la Conquista definieron una rápida concentración de
la propiedad territorial, afectando negativamente tanto a las comunidades
indígenas como a las capas de mestizos y "blancos pobres", que
comenzaban a configurar el campesinado.
Las diferentes regiones que hacia
la terminación del período colonial (finales del Siglo xviii) componían el entonces territorio
de la Nueva Granada, sirvieron de marco para la estructuración de sociedades
diferenciadas, en las cuales, al parecer, el patrón común lo constituyó la
concentración de la propiedad territorial, si bien con matices de
ocurrencia local, según lo señala Marco Palacios en sus referencias a la
propiedad agraria en Cundinamarca.
La densificación demográfica
ocurrida en las regiones centrales del país a partir de la segunda mitad del
Siglo xix, estimuló el desbordamiento de
las fronteras agrícolas. Previamente, algunas zonas habían escenificado procesos
puntuales de colonización, esto es, de asentamientos estables en el interior de
medios selváticos para desarrollar economías de base agrícola, recolectora y
cazadora, como lo fueron los "palenques", de esclavos cimarrones. No
obstante, las colonizaciones de este tipo que se sostuvieron durante mayor
tiempo, no trascendieron los límites microrregionales, restringiéndose a
constituir un componente de la configuración étnica regional. A diferencia de
estos últimos movimientos, las colonizaciones desarrolladas en las vertientes
andinas entre finales del siglo xviii y
comienzos del xx,
trascendieron las esferas locales y proporcionaron productos para la
articulación de Colombia con los mercados internacionales en diferentes
coyunturas del período.
Tal vez el más conocido de estos
procesos de colonización de vertientes ha sido el antioqueño, analizado en un
principio por James Parsons y reevaluado más adelante por
Alvaro López Toro. Independientemente de la
ideologización elaborada sobre este fenómeno, centrada en una imagen
democrática e igualitaria de un proceso que en realidad estuvo alejado de tales
características, sus alcances sociales,
económicos y espaciales le otorgan un lugar preponderante en la formación de la
Colombia rural.
Estas características están
cimentadas en las relaciones sociales desde las cuales se proyectó la
colonización antioqueña. De tales relaciones sociales -generadas por una
economía minera de explotaciones pequeñas e inestables, realizada por
trabajadores Ubres-estaban completamente ausentes los vínculos propios de las
sociedades hacendarias que primaron en otras regiones el país. De igual manera
estaban ausentes otras formas de sujeción entre los mineros y comerciantes,
como las que tuvieron ocurrencia, por ejemplo, en el Brasil. Una peculiaridad de la
colonización antioqueña consistió en la vinculación temprana que ocurrió entre
empresarios capitalistas de la región y los pioneros de la colonización. Esta
vinculación, dado el poder de los pioneros y en virtud de su interés por
valorizar las tierras que respaldaban los bonos de deuda pública que habían
adquirido, se tradujo en la asignación de fondos para la construcción de
infraestructura y la legalización de la tenencia de las tierras colonizadas en
las primeras etapas de la ampliación de esta frontera. De tal manera, las
primeras fases de esta colonización actuaron sobre tierras en concesión, (como
ocurriera desde la providencia del oidor Mon y Velarde a finales del
siglo xviii). En otros
términos, era una colonización que contaba con la anuencia del Estado y de los
empresarios locales, factor que facilitó la dinamización del proceso a través
del apoyo con infraestructuras, que permitió una más rápida integración económica
de la frontera. Los flujos posteriores de la colonización se proyectaron ya
sobre tierras baldías: en este caso, sin embargo, las
particularidades de la organización social y de la ideología de estos núcleos
de colonos, enfáticamente colectivistas y organizados, dieron vía a una pronta
articulación con la administración estatal.
El modelo inicial de la
colonización antioqueña se modificó posteriormente dando paso a procesos de
concentración de la propiedad. En estas condiciones los nuevos emigrados no
pudieron constituir las pequeñas y medianas empresas agrícolas de la primera
etapa y configuraron la base de una población dependiente. El papel de esta
última en su carácter de asalariada dentro del proceso de acumulación que dio
base a la industrialización del noroccidente colombiano, ha sido estudiado por
Mariano Arango, quien, sin embargo, desestima las etapas de mayor equilibrio
social y económico que sirvieron de sólido fundamento al posterior desarrollo
".
El proceso colonizador
antioqueño, por su significado económico y social y por su prolongación
temporal, que se extiende desde finales del siglo xviii y prácticamente hasta el presente, si se tiene en
cuenta la incorporación de tierras en Urabá y el Magdalena Medio, ha opacado en
alguna medida fenómenos similares ocurridos en otras regiones del país. Jorge
Villegas, en sus estudios sobre la propiedad agraria en Colombia, enmarcó estas
historias en el conjunto por él denominado "la colonización de
vertiente" y en ella englobó tanto la expansión antioqueña como los
procesos que tuvieron lugar en el centro y oriente del país, originados en
contextos diferentes del primero.
Los testimonios sobre la
colonización de occidente insisten en señalar la génesis de la misma en la pobreza
de los suelos y la inestabilidad de la explotación de la minería del oro. En el
oriente, particularmente en Santander, Jorge Villegas, con base en las cifras
de población, considera los efectos de la crisis artesanal resultantes de la
política librecambista asumida por los gobiernos nacionales, como factor
desencadenante de la expansión sobre las tierras de vertiente en el oriente
colombiano. A este respecto es importante considerar cómo determinadas
condiciones externas se han constituido en factores de presión para los
procesos de ampliación de la frontera agrícola del país con una recurrencia
como la que hoy se advierte, cuando diversos frentes de colonización reflejan
la impronta, tanto de la crisis de las economías occidentales y sus secuelas de
deterioro en las estructuras productivas del Tercer Mundo -además del
empobrecimiento de sectores sociales que buscan salidas en la aventura
colonizadora- como el floreciente mercado de narcóticos.
Villegas, en sus estudios,
explora, además de las etapas iniciales de la mencionada colonización, su
extensión hacia el oriente (Manizales, Pereira y el norte del Tolima) y los
procesos ocurridos en Cundinamarca, Boyacá y los Santanderes. La colonización
del Viejo Caldas, tal como la revela el autor, con base en las evidencias
documentales, definitivamente se aparta de la imagen idílica de la conquista
democrática de la frontera. El proceso ya visto en sus desarrollos e
implicaciones legales y jurídicas, estuvo desde sus inicios sacudido por
conflictos sociales de distinta índole. En un principio, es evidente la
diferenciación entre aquellos que disponían de recursos económicos para
afrontar la colonización con recuas de muías, bastimentos y herramientas, etc.,
y aquellos que solamente contaban con su fuerza de trabajo y la de sus
familiares, quienes eran frecuentemente contratados como taladores y para que
más adelante se convirtiesen en arrendatarios de los poseedores de la tierra.
Pero las mayores contradicciones se habrían de desarrollar, a lo largo de todo
el siglo xix y a
principios del presente, entre los colonos independientes y los favorecidos por
concesiones ampliadas de manera fraudulenta, a medida que los peones abrían
perspectivas a las selvas de vertiente.
Estos conflictos los ilustra el
autor en torno a las concesiones de Villegas y Aranzazu, y a las sociedades de
Gonzaléz Salazar y Burilá. Allí se aprecia cómo el esfuerzo de los
concesionarios por extender sus dominios y aprovechar la valorización creada
por el trabajo de los colonos, tropezó en forma continua con la resistencia de
estos últimos, y cómo la retaliación de los acaparadores se dio entonces bajo
la especie de amenazas, incendios de casas y destrucción de enseres, formas de
violencia que habrían de repetirse un siglo más tarde en el marco de la crisis
política y social que consumió al país por más de una década y en la cual la
mayor parte de las víctimas fueron, igualmente, campesinos y colonos
La ampliación de la frontera
agrícola en el centro-oriente y el oriente del país -esto es, Cundinamarca,
Boyacá y los Santanderes-, la documenta Villegas únicamente con las memorias de
Medardo Rivas y Manuel Ancizar. Este proceso ocurrió, según las referencias,
dentro de las líneas trazadas por la política de asignación de baldíos que, en
particular desde la desamortización de Bienes de Manos Muertas, afianzó y
fortaleció la formación del latifundio. En esta modalidad, la población
campesina que se desplazó de los antiguos resguardos indígenas y de otros
núcleos humanos hacia la frontera agrícola, desmontó las tierras en los bordes
de las haciendas, abriendo paso a la expansión de las mismas sobre los baldíos
de la nación.
Marco Palacios examina este mismo
proceso y reconstruye las etapas de la ocupación del territorio en las zonas
aledañas a los altiplanos centro-andinos, considerando, en primer término, la
significación de los viejos asentamientos campesinos de Boyacá, que se
proyectan posteriormente hacia el occidente de Cundinamarca. De otro lado,
resalta la importancia que desde mediados del siglo xix tomó esa sociedad aldeana en la
ocupación de las tierras medias, dinamizando los mercados de capital y dejando
sin piso la apreciación de Medardo Rivas, según la cual la conquista de estos
territorios había sido obra de sus amigos, los "terratenientes de nuevo
cuño".
El estudio de Palacios,
sustentado en los censos de población de 1843, 1870 y 1912, así como en los
estudios geográficos de Alfred Hettner, Agustín Codazzi, J. Holton y,
primordialmente en el Catastro de Cundinamarca, pone en evidencia, además, la
particular regionalización de la estratificación social de este arraigado
asentamiento, mediante la cual se definían -con gran persistencia hasta el
presente- nítidas subzonas de pequeña, de mediana y de gran propiedad. Esta red
social proyectó "puntas" de colonización hacia tierras templadas y
aún frías (Alto Sumapaz), algunas de las cuales fueron protagonistas de los
conflictos que más adelante habrían de configurar los desarrollos centrales de
este estudio; tal fue el caso de Sumapaz y el del Tequendama, zonas en las
cuales se dieron dos tipos de conflictos: el no reconocimiento de la propiedad
de las haciendas sobre los baldíos y la lucha por el derecho a la siembra de
café: dificultades afrontadas organizadamente por los colonos y los campesinos.
En esta etapa de la historia de
la colonización, correspondió también a otras dos zonas de la región central
del país -el oriente y el sur del Tolima, una participación de especial
relevancia por su significado en la posterior ocupación del pie de monte
oriental y la llanura de la Orinoquia. A ellas se hará referencia más adelante.